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sábado, 31 de marzo de 2018

Las ruinas olvidadas de un Observatorio Kañari



En la cima del cerro Ingapirca, cubierta de maleza, musgo y árboles, está lo que posiblemente fue una casa o templo cañari. Con la respiración acelerada y el sudor que corre por la frente, llega don José Guapizaca de 85 años y muestra el camino que lleva a la cima del cerro sagrado




Sujeta bien su palo de madera, mira hacia arriba y señala la ‘muela del inca’, una formación rocosa en forma de triángulo y de un color blancuzco. Asegura que para llegar a los vestigios arqueológicos hay que llegar hasta ahí, siguiendo el sendero de tierra y piedras.

Toda su vida ha transcurrido en el sector y conoce las historias. No solo eso, sino que se siente identificado con cada palabra que dice. “Es una casa de piedras, pero eso ha estado botado ahí nomás”, asegura. Cuando era niño visitó varias veces el lugar, pero ahora no se atreve a llegar porque las rodillas le duelen.




Comenta que fue hogar de los incas, al igual que los cerros Ingapirca, Guagualzhumi y El Calvario. “Le digo porque todos eso ha estado lleno de tiestos, hechos por ellos, pero se han ido llevando”, comenta el lugareño.


La caminata se emprende por un camino de tierra y piedras, que van en una subida constante. El sendero está rodeado de plantas, árboles y vegetación. El cansancio se hace sentir rápido y, si no se está acostumbrado a la altura, el oxígeno falta, mientras la brisa fría golpea en el cuerpo, en contraste con el calor que producen tantos minutos de caminata.

Durante una hora, hay que seguir a pie, es recomendable hacerlo en compañía de algún baqueano, porque ir solo representa un riesgo y es el de no encontrar el camino de vuelta. “Eso cerros son celosos, te cogen y no te quieren dejar ir”, relatan los mayores de Paccha.




Una vez en la cima, hay que seguir caminando. En ese punto, la gran ‘muela del inca’, que es la señal desde la parte baja, es invisible, pues al estar a la misma altura no es factible poder detallarla.

En medio de abundantes arbustos, plantas y árboles, se encuentra la casa. Son sobreposiciones de piedras y en las paredes también hay pequeños huecos, que posiblemente sirvieron para colocar cosas.

Son vestigios arqueológicos, que el experto Napoleón Almeida -recientemente fallecido-, durante una entrevista con este medio de comunicación, reconoció como parte de los tesoros que hay cerca de Guagualzhumi.

Esta casa mide un metro y medio de altura, aproximadamente; tiene dos “entradas” a cada lado y mide unos 10 metros de largo por unos cinco de ancho. Desde ahí se tiene una mirada panorámica de lo que es Paccha y parte de Nulti.

El piso es de tierra, y aunque se cree que los cañaris preferían hacer la construcciones en forma elíptica o redonda, es importante saber que también tenían casas rectangulares como lo plantea Gustavo Reinoso, en su libro ‘Los cañaris en el incario y la conquista española del Tahuantinsuyo’.




Guapizaca, aunque a su edad se siente incapaz de subir el cerro, asegura que es un espacio lleno de magia en donde vivieron los incas y, por lo tanto, tiene ahí un sinfín de historias. Entre las leyendas que suele contar está la de la ‘Mama Huaca’.

“Ha habido oro, oro arqueológico de ese que han dejado los incas, pero no es posible encontrarlo. Hemos visto siempre los churucos, pero jamás hallamos nada”, asegura el abuelo, quien además es famoso por contar las historias de su natal Paccha, mientras vende el pan que solo él sabe hacer a leña.



La Mama Huaca, Paccha

En todos los sitios del Azuay o Cañar en donde hay cerros sagrados existe la leyenda de la Mama Huaca. Aunque siempre varía, depende del lugar, los relatores y las experiencias de cada uno.

Para José Guapizaca esta es una de las leyendas que más ha marcado en su vida. Asegura que, cada vez que hay luna nueva, se ve en el cerro Ingapirca un churo de color azul, muchos se han ido tras él, porque supuestamente era el reflejo o la señal de que existía ahí oro puro, pero no han regresado jamás.


Hay una mujer que se llama la Mama Huaca, quien es una señora que lleva par de trenzas, una pollera y una blusa florida.

Tiene rostro angelical, pero cuando llegan al fuego se convierte en una bruja malvada que se lleva a los que suben hasta la imponente cima del cerro.

“Ella ha sabido llevarse a todos”, asegura el mayor que es uno de los miembros más antiguos de la comunidad de Paccha, quien cuenta las historias.

Fvente: http://www.eltiempo.com.ec/noticias/intercultural/27/431603/las-ruinas-olvidadas-de-una-casa-canari

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